Comentario
Por debajo de los ciudadanos, pero gozando de una situación superior a los esclavos, los extranjeros o metecos -"cohabitantes"- eran un grupo frecuente en muchas ciudades griegas. Salvo excepciones, la disgregación del mundo helénico en numerosas poleis y la intensa actividad comercial característica del mundo griego hizo que en las ciudades fuera frecuente encontrar a grupos de extranjeros residentes, ya fuera procedentes de otras poleis como de fuera del mundo griego. Excepto en el caso de Esparta, que nunca admitió que personas extranjeras residieran allí, en las demás ciudades fue habitual incluso que, con el paso del tiempo, se elaboraran estatutos especiales para los residentes extranjeros, que gozarían así de ciertas prerrogativas.
Aunque los metecos existieron en todos los regímenes, ya fuera oligárquico, aristocrático o democrático, fue este último sistema político el que mejor supo aprovechar la afluencia de mano de obra extranjera, favoreciendo el asentamiento de personas especializadas en la artesanía o el comercio. Si bien la mayoría se dedicaban a estas actividades, otros pudieron crear lucrativos negocios, como astilleros, banca, etc. Algunos metecos que fueron a vivir a Atenas se dedicaron al arte, como Mirón, Polignoto, Agorákrito, Policleto, Scopas, Zeuxis o Parrasio. Metecos fueron también el urbanista Hipodamo y los filósofos Hipias, Protágoras, Anaxágoras, Zenón, Céfalo, Gorgias o Pródico. Incluso hubo metecos que llegaron a desempeñar un destacado papel político, como los oradores Lisias e Iseo, así como los consejeros de Pericles Protágoras, Zenón, Anaxágoras e Hipodamo.
Los extranjeros debían pasar unos requisitos previos antes de ser admitidos. Tras ser presentados a las autoridades por el prostates, una especie de valedor o padrino, eran inscritos en el registro del pueblo. Después podían ya ejercer sus derechos, entre los que no se encontraba la participación en política ni el desempeño de cargos públicos, aunque sí podían labrarse un patrimonio o montar un negocio. También podían servir en el ejército, aunque nunca como jinetes, un derecho reservado a los atenienses. Los extranjeros más adinerados podían ser hoplitas, mientras que los que tenían menos recursos económicos servían en la infantería o como arqueros a pie. Muchos de ellos formaban en la marina, pudiendo llegar a ser oficiales pero nunca trierarcos.
Ya desde el siglo VI a.C. se observa la completa integración de los extranjeros, siendo alabados por personajes como Solón, Pisístrato y Clístenes. La prosperidad de El Pireo se debe en buena medida a los metecos y a Temístocles, quien los llamó. Para Platón, en toda República que quiera prosperar debe haber extranjeros, si bien con la condición de no permanecer en ella más de veinte años ni tampoco después de haberse enriquecido.
Los extranjeros más destacados en su trabajo por la ciudad podían recibir honores y recompensas, como la concesión de la ciudadanía, la exención del pago de impuestos o la igualdad fiscal y militar con los ciudadanos -isoloteia.